Un fundamento teórico
Si el diseño, en un sentido amplio, y la artesanía son lo que sostiene el credo estético de Aalto, es posible preguntarse cómo afecta esto a su teoría estética. Quisiera proponer, aún arriesgándome a un nivel de extrema generalización, que una interpretación de la obra de Aalto debe situarlo en un nivel fundamental, en oposición a la postura filosófica de la mayoría de los arquitectos conocidos. La mayoría, me parece, suscribe una forma de platonismo: creen que hay un mundo de ideas más allá del mundo de las cosas, o en términos filosóficos, que hay universales encima de y por sobre los particulares, y es por eso que se permiten hablar de abstracciones como “la arquitectura”. El arte imita, por tanto, un ideal más alto. La polémica de Le Corbusier en Vers une architecture (Hacia una arquitectura), estilísticamente iconoclasta, descansa en una constate apelación al regreso a un orden platónico. La casa para su madre que hizo en Suiza pone la idea de la casa antes que el sitio. Incluso la Ville Savoie es considerada un tipo que podría reproducirse a escala masiva en Río de Janeiro. La teoría de la invención arquitectónica de Louis Kahn, basada en la distinción entre forma y diseño, es igualmente idealista. La prescriptiva de Venturi para el diseño se basa en la asunción de que distorsión circunstancial enriquecerá una forma ideal. De hecho la mayoría de los arquitectos, cuando se les pregunta qué hacen al diseñar, dirían que tienen una idea para un edificio que corresponde a lo que se ve en los dibujos, que vuelven real la idea. De acuerdo a esta concepción, los dibujos arquitectónicos representarían ideas y los edificios serían modos de realizarlas. Luego son dibujados por sus asistentes en papel milimetrado; ello permite que los planos sean canalizados posteriormente como consonaciones geométricas. Aalto es parte de una tradición alternativa, anti-idealista. Los nominalistas, como Aristóteles, son escépticos en cuanto al mundo de las ideas. Puede ser que no exista algo llamado “Arquitectura” –es el nombre que usamos, convencionalmente, para lo que hacen los arquitectos: es una práctica. De hecho, en Ética a Nicómaco, Aristóteles usa el ejemplo de la construcción para ilustrar su noción de lo que queremos decir con bien: ya que la ética es una ciencia práctica, estudiaría “... no qué sea el bien, sino cómo ser buenos”. Las causas y medios que producen la excelencia son, por tanto, un resultado de la práctica: “Los hombres llegarán a ser buenos constructores como resultado de construir bien, y malos constructores como resultado de construir mal”. Esta visión de mundo resuena en las celebradamente anti-platónicas primeras dos frases de Ernst Gombrich en su Historia del arte: “No hay en realidad algo llamado Arte. Hay sólo artistas”. Si no hay Arte, no puede haber reglas acerca del arte, sino sólo convenciones que se aplican: éstas bien pueden ser arbitrarias, pero el uso persistente las aprueba. El esfuerzo de los idealistas del siglo veinte, como Collingwood, por definir el arte (y distinguirlo de la artesanía) es por lo tanto fútil: una pregunta más real que la de “¿qué es el arte?” sería, según Nelson Goodman, “¿cuándo hay arte?”.