Vivió aquellos tres meses como una aventura desde el principio, desde que subió al avión (por primera vez en vida). Durante el vuelo casi se asfixia del calor porque no se atrevía a tocar el botón del aire que había encima de su cabeza. Se movía por la isla en autoestop, de fiesta en fiesta en discotecas como la Chicago. Y de playa en playa, salvajes, de arena blanca y mar turquesa, con muy poca gente a la vista. "Volví con casi 40 años y ya nada era igual, ya todo estaba masificado", lamenta.
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