En resumen, para Aalto, el arte no es imitación de estructuras trascendentales, ni su rechazo desilusionado, sino la afirmación de que las construcciones humanas no son menos reales por ser humanas. El arte se vuelve (entre otras cosas) la afirmación de aspiraciones utópicas pero seculares.
Me gustaría, sin embargo, dejar bien claras dos cosas. En primer lugar, la posición “nominalista” de Aalto respecto al diseño (su escepticismo creativo) no es incompatible con otros ideales: la idea de una buena vida, o el sentido de comunidad que está al centro de las intenciones de Aalto en el diseño de edificios cívicos, tiene que ver más con el modo en que debiéramos esforzarnos por lograr y expresar tales cosas. En segundo lugar, al explicar su postura con cierta simpatía, no pretendo que ésta sea una posición que cualquier arquitecto que se esfuerza por ajustarse a las necesidades humanas deba adoptar, lo que implicaría otro tipo de totalitarismo. Estoy sólo tocando brevemente temas que no caben en el presente ensayo.
Conclusión
Éstas son sugerencias hipotéticas aún, un anticipo de lo que creo que será un curso de investigación fructífero. Es posible que crezcan hasta convertirse en un capítulo o se reduzcan hasta convertirse en una nota a pie de página. Aproveché esta oportunidad para proponerlas como un modo de generar debate y aclarar mis propias ideas acerca de este notable arquitecto. Naturalmente, ustedes se darán cuenta de que si mi lectura es correcta –es decir, si hay una posición filosófica consistente y perfectamente responsable que subyace a la obra construida y escrita de Aalto, considerando la arquitectura como práctica antes que como ideal– ello justificaría por sí mismo su resistencia a elaborar una teoría verbal de la actividad práctica, y a reforzar la posición que él siempre sostuvo de experimentar la arquitectura más que escribir sobre ella. Hay un conocido poema corto, en inglés, que dice: